Los círculos de mujeres han existido a lo largo de la historia de la humanidad. Mujeres diversas reunidas por una causa común para buscar y encontrar ayuda, apoyo, consejo y contención. Yo misma no sabía que podía existir un espacio así, hasta que llegué a vivir a Quito, con mi segunda hija recién nacida en brazos, en lo que fue mi primer proceso migratorio.
Por esos días, y por casualidad, fui invitada a una reunión de la que no me dieron mucho detalle y que parecía estar envuelta en un aire de misterio: mamás recién paridas como yo, se juntaban semanalmente con sus bebés a cuestas para hablar sobre sus maternidades, parejas, lactancia, pañales y todo lo que tuviera que ver o no con esa etapa tan intensa que es el puerperio. Samantha Cevallos, la creadora y anfitriona del espacio, era quien nos acogía, compartía lecturas y amorosamente nos acompañaba.
Este círculo de mujeres madres se llamaba “El Regazo” y fue para mí, un espacio que marcó un antes y un después en mi vida: me mostró la poderosa energía de pertenecer a una tribu, me enseñó sobre la solidaridad y el empoderamiento femenino, y me ofreció el hermoso regalo de la contención total y desinteresada entre mujeres, que no eran necesariamente amigas y que interactuaban sin criticas ni juicios de valor.
Mi futura mudanza a Canadá significó para mí un desafío enorme que se convirtió en crisis, debido a la profunda soledad que me acompañaba. No tenía conocidos, familia o comunidad en quien apoyarme y con quien poder compartir experiencias, lágrimas y vivencias. Con el pasar del tiempo, fui haciendo amigas. Algunas habían vivido por años en Canadá y otras, como yo, eran recién llegadas. Me di cuenta de que todas atravesábamos de una u otra forma, tarde o temprano, por un proceso de duelo del que no se hablaba por miedo o por vergüenza a las miradas y opiniones de los otros.
Empecé a soñar con la idea de poder crear un espacio como el que Samantha propició para mí, y que fue luz en tiempos oscuros, donde las mujeres pudiéramos hablar, compartir, ser vulnerables, sentirnos acogidas y sobre todo, escuchadas. No teníamos por qué atravesar ningún proceso solas.
Pacientemente esperé hasta encontrar a la compañera perfecta que pudiera ayudarme a conformar el grupo, y fue entonces que conocí a Verónica Barros. Poco a poco nos hicimos amigas y supe que era la persona ideal, no solo por sus conocimientos y sabiduría, sino también por su carácter apacible y ecuánime. Verónica acepto mi propuesta y tomó el reto de guiar el grupo. Le pedí que confiara. Reuní recursos, conseguí un lugar y puse una fecha y lancé la convocatoria a través de todos los canales que tuve disponibles. Y fue así, sin más, como nació el circulo de mujeres de Winnipeg.
Una vez al mes, mujeres de toda procedencia, que tienen en común hablar el mismo idioma, se reúnen en un lugar de la ciudad para compartir historias y experiencias. El circulo es un grupo vivo y se nutre de la participación de cada una de las mujeres que asisten a él.
Algunas me han agradecido por haber generado este espacio, pero debo decir que nada de esto hubiera existido sin la semilla que Samantha y las mamás de El Regazo sembraron en mí y que luego pude cultivar en Winnipeg, gracias al apoyo y disposición de mujeres maravillosas como Verónica y, más delante, Annie. Del círculo he recibido más de lo que he dado: escuchar la sabiduría de las mujeres, conocer sus fortalezas y sus miedos, y en general, el haber podido ser parte de tantas historias compartidas. Todo eso me ha dado la certeza de saber que nos tenemos las unas a las otras, que somos poderosas y que juntas nos volvemos invencibles.
Desde su nueva residencia Waleska nos enriquece con el contenido de su blog: Escribo para no olvidar que puede leerse acá: https://escriboparanoolvidar.com/category/cronicas/
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